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¿El fin de la era Intel? Crisis de talento y factores externos que la golpean

fin de la era Intel

Intel atraviesa una de las etapas más complicadas de su historia reciente. La compañía que durante décadas fue sinónimo de innovación en chips se encuentra ahora atrapada entre tormentas internas y tensiones externas: ingenieros clave que huyen hacia rivales como Samsung, un gobierno estadounidense que busca participación accionaria en su negocio y gigantes como NVIDIA o AMD que prefieren mirar hacia otro lado antes que fabricar con ellos.

La herida más dolorosa: la fuga de cerebros

Desde que Lip-Bu Tan tomó las riendas, Intel ha visto cómo equipos enteros se deshacían. La cancelación de proyectos heredados de la era Gelsinger y los recortes masivos han empujado fuera de la compañía a especialistas de áreas críticas como el packaging avanzado, los sustratos de vidrio o la prometedora tecnología BSPDN. No hablamos de despidos corrientes: hablamos de veteranos que conocían cada engranaje del “equipo azul” y que difícilmente volverán.

Mientras tanto, Samsung aprovecha la situación como si pescara en río revuelto. Su estrategia en Estados Unidos es clara: reforzar I+D y fichar talento de primer nivel. La contratación de figuras clave en arquitectura y empaquetado, como exresponsables de EMIB o expertos en integración avanzada, es solo el comienzo. Los coreanos quieren acelerar justo en los frentes donde Intel muestra más grietas.

Washington mete mano en Silicon Heartland

A los problemas de personal se suma la política. Intel depende de la Ley CHIPS para levantar sus nuevas fábricas en Ohio, con planes que se extienden hasta 2030. Sin embargo, la administración Trump quiere cambiar las reglas del juego: no más “subvenciones a fondo perdido”, sino participaciones de capital. En otras palabras, el gobierno pasaría de ser un simple socio financiero a convertirse en accionista directo, con hasta un 10% de la empresa bajo su control.

SoftBank ya tanteó un movimiento aún más agresivo: comprar el negocio completo de fundición (Intel Foundry Services). Finalmente se conformó con una inversión del 2% en acciones, frenado por las restricciones legales que impiden separar esas fábricas. Pero el hecho de que alguien como Masayoshi Son haya estado cerca de quedarse con un pedazo tan grande del pastel es un reflejo de la fragilidad de la situación.

¿Y NVIDIA y AMD? Ni se acercan… por ahora

Durante el mandato de Biden, hubo intentos de convencer a NVIDIA y AMD de fabricar con Intel. No funcionó. Ambas compañías prefirieron mantener su confianza en TSMC y otros socios. Trump quiere reabrir ese frente, buscando reforzar la industria local y reducir la dependencia de Asia. La pregunta es si los verdes y los rojos estarán dispuestos a subirse a un barco que, a día de hoy, hace agua por todos lados.

Un gigante herido que aún quiere luchar

Intel sigue invirtiendo miles de millones en nuevas fábricas y en proyectos de IA, pero los retrasos, la fuga de talento y la dependencia de fondos públicos dibujan un panorama incierto. Ya no es la empresa que marcaba el ritmo del mercado; ahora es un jugador presionado por rivales cada vez más rápidos y por gobiernos que buscan controlar su destino.

La sensación es clara: Intel camina como un guerrero cansado, golpeado por demasiadas batallas seguidas, intentando levantarse en un campo de guerra que ya no domina. ¿Podrá reinventarse o quedará relegada a un papel secundario en la historia de los semiconductores?

Como fans de la tecnología, todos quisiéramos ver a un Intel fuerte, porque la competencia siempre nos beneficia a nosotros, los gamers y entusiastas del hardware. Pero la verdad es que el “equipo azul” necesita más que dinero: necesita recuperar el alma que hizo que durante años fuera imbatible.